¿En qué momento el amor se acabó, el príncipe se volvió sapo y la princesa se desencantó? Probablemente después de tantos besos no dados, de tantos momentos dejados de lado, de tanto monólogo de ambas partes. Por lo general el amor asiste a su propia muerte y se queda silencioso. O grita pidiendo socorro y las personas fingen estar sordas. Lo más difícil al final de una relación es admitir que todo se acabó.
Hay personas que insisten simplemente porque no quieren admitir el fin. Y caminan lentamente por la vida, viviendo día tras día como si no hubiera un después. Pero la vida no se acaba cuando muere un amor. Simplemente pasa por una transición que, como todas, con frecuencia es dolorosa. Tememos a los cambios porque tememos a lo desconocido. Pero ¿Qué es lo desconocido?
Aún el día de mañana, no podremos sentirlo hasta que venga a nosotros, no podremos conocerlo hasta el momento en que, inmersos, necesitemos vivirlo. Aceptar la muerte, en cualquier sentido, es reconocer nuestra vulnerabilidad frente a la vida. Somos seres demasiado orgullosos para querer reconocer nuestra fragilidad ante lo que no podemos controlar y, la vida no se controla.
Se abate sobre nuestras cabezas y todo lo que podemos hacer es vivirla lo más intensamente posible, con todos los riesgos y peligros que nos impone, con todas las sorpresas que nos reserva. Necesitamos sacar el mejor partido de lo que está en nuestras manos y reconocer que para todo fin siempre hay un recomienzo. Una pérdida es casi siempre una ganancia y, muchas veces, la válvula propulsora hacia una nueva vida, una nueva historia, un nuevo mañana.
Letícia Thompson
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