Cuando allá por el siglo XVI un ilustre Prelado se atrevió a aplicar a Teresa de Cepeda los calificativos de “fémina inquieta y andariega”, no lo hizo precisamente con ánimo de elogiar sus buenas dotes de mujer despierta y decidida, sino más bien en tono despectivo hacia quien, llena de osadía y santo celo, se atrevía a romper moldes y estereotipos, saliéndose fuera de unos cánones establecidos por una sociedad machista, en la que sólo a los hombres les estaba permitido el privilegio de organizar, disponer, dirigir y supervisar.
¡Cuánto ha cambiado desde entonces la consideración y la estima de la sociedad hacia la mujer! Hoy en día no hay cargo, por elevado y difícil de desempeñar que sea, al que una mujer no pueda acceder, siempre que demuestre, claro está, una preparación y una capacitación adecuadas para poder desempeñarlo.
Sin embargo es de todo punto alarmante que la mujer haya pretendido buscar erróneamente su dignidad y prestigio pareciéndose cada vez más al hombre, incluso en su aspecto físico, en su forma de hablar, en sus gestos, hasta llegar a perder su identidad como mujer, un privilegio y un preciado don, otorgados generosamente por la propia naturaleza y a mi modo de ver ése ha sido un de sus más graves errores. No es imitando al hombre como la mujer llega a liberarse del dominio masculino, pues de ese modo sólo conseguirá renunciar a lo más hermoso que poseía.
Pero no hay que pensar que todas las mujeres actuales están llamadas, ni pueden acceder al mundo laboral. En nuestra sociedad siguen existiendo un número considerable de mujeres, cuya única y exclusiva función social es la de “ejercer” como madres y esposas y éstas son las que a mí más me preocupan, pues a pesar de disponer de toda suerte de comodidades y adelantos, que las nuevas tecnologías les han proporcionado para hacer más ágiles y livianas sus tares domésticas, a pesar de haber disminuido considerablemente el número de hijos, a pesar de que su estima y consideración dentro de la sociedad es mucho mayor, sin embargo no se sienten satisfechas.
De todo esto tienen mucha culpa los medios de comunicación social, empeñados en mostrarnos como prototipos y modelos de mujeres a aquellas que se casan y se descasan una y mil veces, a las que gastan toda su fortuna en transformar su físico por medio de cirugías plásticas y les llenan la cabeza hablándoles del goce y del disfrute y de que la mujer ya no es una esclava del hogar y de que tienen que “realizarse” a nivel personal liberándose de tabúes y represiones ancestrales y un largo etcétera de sueños y utopías, la mayoría de las veces irrealizables, hasta hacerles creer que la que vive honestamente y con responsabilidad y dedicación plena sus funciones de esposa y de madre es una reprimida y una frustrada.
Y es que la capacidad de sacrificio ha disminuido considerablemente en nuestra sociedad. Enseñamos a nuestros hijos e hijas desde pequeños a satisfacer todos sus deseos, no negándoles absolutamente nada y éste es el camino más seguro para hacerles infelices y desgraciados. Pero esto no sucede solamente a nivel familiar; ya se encargaron los modernos sistemas educativos de pregonar a los cuatro vientos eso de que el niño es “libre” y por lo tanto educar es respetar esa libertad, dejando hacer lo que espontáneamente apetezca, sin contradecir sus inclinaciones naturales.
Resultado de todo esto han sido unas generaciones de jóvenes egoístas y despóticos, ante quienes no existen ni autoridad, ni principios, ni normas establecidas, incapaces de sacrificarse por nada y por nadie. Por suerte ni todos los jóvenes son así, ni tampoco todas las mujeres se sienten desgraciadas o infelices por no trabajar y poder “realizarse” fuera del hogar.
La mujer de nuestros días tiene a su alcance muchos medios para promocionarse y realizarse como persona adulta, madura y responsable, aunque sea una sencilla ama de casa, sin necesidad de recurrir a locuras, o extravagancias, ni por supuesto protagonizar escándalos que salten a los medios de comunicación. Tampoco tiene por qué envidiar al hombre, ni tratar de imitarlo. Lo que jamás deberá hacer es abandonarse a la monotonía y a la rutina de una vida gris, anodina y mediocre y perder las ilusiones de la juventud.
La inquietud por aprender nuevas cosas, por desarrollar sus aptitudes y cualidades innatas, la ilusión por mejorar y promocionar a su familia, el cuidado y atención a su aspecto físico, dentro de unos límites prudentes y moderados y sobre todo el cultivar su espíritu en todos los sentidos de la palabra: estético, moral, religioso, etc...pueden llegar a proporcionarle la íntima satisfacción y el orgullo de ser y sentirse mujer.
Lo más grave del caso es que existen fuerzas solapadas, cargadas de intereses malsanos, empeñadas en degradarla, a fuerza de alentar y estimular sus más bajos instintos, en aras de un modernismo, un progreso y una falsa liberación, que tienen mucho más que ver con el desenfreno y el libertinaje.
En la medida en que la mujer, debido a la promoción social propia de los tiempos actuales, vaya mejorando en consideración y estima social, deberá hacerlo también en dignidad y respeto, para que sea valorada como merece por parte de todos, en lugar de ser tenida única y exclusivamente como objeto de placer y esclava del hombre.
FRANCISCA ABAD MARTÍN (Licenciada en Ciencias de la Educación)
¡Cuánto ha cambiado desde entonces la consideración y la estima de la sociedad hacia la mujer! Hoy en día no hay cargo, por elevado y difícil de desempeñar que sea, al que una mujer no pueda acceder, siempre que demuestre, claro está, una preparación y una capacitación adecuadas para poder desempeñarlo.
Sin embargo es de todo punto alarmante que la mujer haya pretendido buscar erróneamente su dignidad y prestigio pareciéndose cada vez más al hombre, incluso en su aspecto físico, en su forma de hablar, en sus gestos, hasta llegar a perder su identidad como mujer, un privilegio y un preciado don, otorgados generosamente por la propia naturaleza y a mi modo de ver ése ha sido un de sus más graves errores. No es imitando al hombre como la mujer llega a liberarse del dominio masculino, pues de ese modo sólo conseguirá renunciar a lo más hermoso que poseía.
Pero no hay que pensar que todas las mujeres actuales están llamadas, ni pueden acceder al mundo laboral. En nuestra sociedad siguen existiendo un número considerable de mujeres, cuya única y exclusiva función social es la de “ejercer” como madres y esposas y éstas son las que a mí más me preocupan, pues a pesar de disponer de toda suerte de comodidades y adelantos, que las nuevas tecnologías les han proporcionado para hacer más ágiles y livianas sus tares domésticas, a pesar de haber disminuido considerablemente el número de hijos, a pesar de que su estima y consideración dentro de la sociedad es mucho mayor, sin embargo no se sienten satisfechas.
De todo esto tienen mucha culpa los medios de comunicación social, empeñados en mostrarnos como prototipos y modelos de mujeres a aquellas que se casan y se descasan una y mil veces, a las que gastan toda su fortuna en transformar su físico por medio de cirugías plásticas y les llenan la cabeza hablándoles del goce y del disfrute y de que la mujer ya no es una esclava del hogar y de que tienen que “realizarse” a nivel personal liberándose de tabúes y represiones ancestrales y un largo etcétera de sueños y utopías, la mayoría de las veces irrealizables, hasta hacerles creer que la que vive honestamente y con responsabilidad y dedicación plena sus funciones de esposa y de madre es una reprimida y una frustrada.
Y es que la capacidad de sacrificio ha disminuido considerablemente en nuestra sociedad. Enseñamos a nuestros hijos e hijas desde pequeños a satisfacer todos sus deseos, no negándoles absolutamente nada y éste es el camino más seguro para hacerles infelices y desgraciados. Pero esto no sucede solamente a nivel familiar; ya se encargaron los modernos sistemas educativos de pregonar a los cuatro vientos eso de que el niño es “libre” y por lo tanto educar es respetar esa libertad, dejando hacer lo que espontáneamente apetezca, sin contradecir sus inclinaciones naturales.
Resultado de todo esto han sido unas generaciones de jóvenes egoístas y despóticos, ante quienes no existen ni autoridad, ni principios, ni normas establecidas, incapaces de sacrificarse por nada y por nadie. Por suerte ni todos los jóvenes son así, ni tampoco todas las mujeres se sienten desgraciadas o infelices por no trabajar y poder “realizarse” fuera del hogar.
La mujer de nuestros días tiene a su alcance muchos medios para promocionarse y realizarse como persona adulta, madura y responsable, aunque sea una sencilla ama de casa, sin necesidad de recurrir a locuras, o extravagancias, ni por supuesto protagonizar escándalos que salten a los medios de comunicación. Tampoco tiene por qué envidiar al hombre, ni tratar de imitarlo. Lo que jamás deberá hacer es abandonarse a la monotonía y a la rutina de una vida gris, anodina y mediocre y perder las ilusiones de la juventud.
La inquietud por aprender nuevas cosas, por desarrollar sus aptitudes y cualidades innatas, la ilusión por mejorar y promocionar a su familia, el cuidado y atención a su aspecto físico, dentro de unos límites prudentes y moderados y sobre todo el cultivar su espíritu en todos los sentidos de la palabra: estético, moral, religioso, etc...pueden llegar a proporcionarle la íntima satisfacción y el orgullo de ser y sentirse mujer.
Lo más grave del caso es que existen fuerzas solapadas, cargadas de intereses malsanos, empeñadas en degradarla, a fuerza de alentar y estimular sus más bajos instintos, en aras de un modernismo, un progreso y una falsa liberación, que tienen mucho más que ver con el desenfreno y el libertinaje.
En la medida en que la mujer, debido a la promoción social propia de los tiempos actuales, vaya mejorando en consideración y estima social, deberá hacerlo también en dignidad y respeto, para que sea valorada como merece por parte de todos, en lugar de ser tenida única y exclusivamente como objeto de placer y esclava del hombre.
FRANCISCA ABAD MARTÍN (Licenciada en Ciencias de la Educación)